El feminismo sigue allí y seguirá siempre. Haya pandemia o no la haya, estemos confinados o más libres que nunca. Porque el feminismo es la lucha diaria, es vivir con igualdad, es tener el mismo derecho a opinar, es la destrucción de todas las superioridades.
Es cierto que para llegar lejos hay que salir a alzar la voz pero tristemente este año lo tendremos que hacer desde casa. Por las personas que ya no están, por las personas que ya no pueden gritar y por todas las que llevan meses sin poder abrir sus negocios ni ganar ni un solo euro al mes. Porque esto es una cosa de todos, a pesar del cansancio y a pesar de la crispación.
Se escucha mucho decir que ya ha habido manifestaciones de otro tipo y así es. La Ley Celáa, la salida de los hosteleros a la calle, la lucha por salvar el turismo de invierno… Razones para quejarse hay de sobras, eso nadie lo puede negar. Sin embargo, ¿cuántas personas podía haber en ese tipo de concentraciones? ¿podían llegar siquiera a alcanzar la mitad de las que se unen en el Día Internacional de la Mujer?
El 8 de marzo no es un día cualquiera, el 8 de marzo es un gran día y es precisamente ese “gran” el que nos tiene que dar más respeto que nunca. Porque, ese adjetivo que acompaña al 8 de marzo, supone aglomeraciones e implica que todas las personas que creen en el feminismo, que son muchas, y que luchan por él, que son todavía más, salgan a la calle. Que podemos estar orgullosas de decir que ese día tan señalado, no se puede celebrar porque las personas que salen a la calle llenarían estadios de fútbol. Pero que también hay que saber en el momento en el que nos encontramos.
Hemos conseguido grandes avances, más que en cualquier momento de la historia. Seguiremos luchando, cada día, cada momento. Nos ayudaremos y apoyaremos, como lo llevamos haciendo mucho tiempo. Sin embargo, este 8-M será diferente aunque lo seguiremos poniendo en práctica los 364 días restantes.