“Otro día más me levanto de la cama sin fuerzas (…) He dejado de disfrutar de mis aficiones (…) Vivo en una espiral de desesperación (…) Mi familia no me entiende (…) Ya no soporto más esta vida…”.
Este pensamiento recurrente podría ser el de cualquier joven y puede desembocar en un acto de suicidio. En la Comunidad de Madrid, ésta es la segunda causa de muerte en el grupo de 15 a 29 años. Concretamente, 36 jóvenes se quitaron la vida en 2018 en nuestra región, 268 en toda España. Desglosando por sexos, más del 70% fueron varones y algo menos del 30%, mujeres, según los últimos datos actualizados.
Es un hecho contrastado que la adolescencia y las fases iniciales de la juventud son periodos vitales de especial vulnerabilidad. Los cambios corporales y hormonales propios de la edad, la intensidad de los sentimientos, la presión social y la incertidumbre ante el futuro son factores de estrés que pueden generar un fuerte desequilibrio emocional. En la mayoría de las ocasiones, el suicidio viene derivado de un problema de salud mental que no es diagnosticado a tiempo ni recibe el tratamiento adecuado. Los estudios estiman una prevalencia de este tipo de trastornos en población infanto-juvenil de entre el 10 y el 20%.
Este artículo es una llamada de atención sobre un drama poco tratado que se ha considerado un estigma social. Es urgente, por lo tanto, dejar de considerar el suicidio como un tema tabú del que no hay que hablar, sino más bien todo lo contrario. Y en esta tarea debemos estar implicados tanto los actores políticos, como los medios de comunicación y la sociedad civil en general.
Afrontar el suicidio juvenil requiere que el sistema educativo juegue un papel fundamental en dos ámbitos. En lo que concierne a la prevención, sería recomendable la implementación de estrategias con carácter transversal que ayuden a los niños, primero, y jóvenes después, a desarrollar la denominada inteligencia emocional. Esencialmente, se trata de la capacidad de percibir, expresar, comprender y gestionar nuestras emociones y las de los demás de forma positiva y eficiente.
En segundo lugar, tanto en los colegios, institutos y universidades sería muy conveniente intensificar la labor de detección temprana de este tipo de trastornos, cuando todavía tienen un carácter incipiente y menos perjudicial para la persona. Con la información recabada, sería el sistema sociosanitario el que llevase a cabo el tratamiento adecuado. No podemos regatear recursos materiales o humanos en lo que debería ser un servicio esencial, como es la atención a la salud mental de los más jóvenes.
A nivel social, por último, resulta fundamental acabar con el estigma que supone acudir al psicólogo o al psiquiatra, del mismo modo que, cuando uno tiene dolor corporal, acude al médico de familia o al especialista.
Hoy, 10 de septiembre, se celebra el Día Mundial para la Prevención del Suicidio y la conclusión es clara: el primer remedio para evitar el suicidio juvenil no es ocultar el problema, sino hablar de él. Es necesario invertir más en prevención, detección precoz y tratamiento adecuado. No podemos permitir que se pierda ni una vida joven más. Debemos actuar ya.