Érase una vez, un país en la zona suroccidental de Europa que en los años setenta del siglo XX hizo una transición democrática ejemplar de una dictadura de casi 40 años hasta una democracia que, poco a poco y con el esfuerzo de sus ciudadanos, hicieron de ese país un lugar próspero, tolerante y de futuro.
En esa joven y reciente democracia existían políticos que, a pesar de sus ideas, fueron capaces de buscar cauces de diálogo y consenso. Los años fueron pasando, cambiaron los gobiernos y sus presidentes, pero todos tenían algo en común: querían un país más moderno y próspero.
Estos gobernantes tenían en general una idea muy clara de entre todas las acciones de sus gobiernos. Esta idea era que todas las regiones y sus habitantes tenían que estar muy unidos en ese proyecto común, y así esa nación sería cada día de las más importantes y fuertes del mundo. Pasaron los años, y con el cambio de siglo, hubo una crisis mundial por lo que la economía del mundo y de ese país se vieron muy afectadas.
Con la crisis se incrementó el desempleo, la pobreza y la deuda, por lo que los ciudadanos de ese país votaron un gobierno que tuviera las recetas para salir de la crisis. Tras unos años de medidas y fórmulas para cambiar esa situación, los datos empezaron a mejorar, subió el empleo, la prosperidad incluso se redujo la dependencia de los ciudadanos a los subsidios.
Pero un día, un grupo de ciudadanos de ese lugar lanzaron un órdago al resto del país porque querían romper la unidad de esa nación, que se consideraba el Estado más antiguo del mundo. Poco después, un aspirante a gobernar ese país empezó a hablar con todos aquellos que no querían que siguieran juntos y a través de una moción de censura, desbancaron al presidente que sacó a todos de la crisis.
Este nuevo gobernante, tuvo la mala fortuna que una pandemia arrasara miles de vidas humanas y que la economía generase cientos de miles de parados y el cierre de miles de empresas.
Como ese gobierno de 22 ministros nunca creyó que algo así les podía a suceder, el caos se apoderó de sus ciudadanos y de ellos mismos, ya que parecía que no sabían ni sumar porque eran incapaces de dar a conocer los datos de los fallecidos que se producían por la pandemia.
El gobierno, entonces, puso en marcha toda su maquinaria de propaganda, y cada día vendía propuestas políticas, aunque acabaran convirtiéndose en humo. Numerosos escándalos salpicaron a los miembros de ese gobierno mientras que el presidente se dedicaba a apagar esos fuegos con más escándalos sencillamente, porque él creía que nunca pasaba nada, y que los ciudadanos de ese país, o no se enteraban o no les importaba… Así que aquel dirigente mandaba, cada vez que surgía un nuevo escándalo, que se apagara esa noticia con un escándalo mayor y así no se hablaba del anterior.
Y así pasaron días y días hasta que un día el bombero, ese bombero que se creía ignifugo e imbatible, se quemó de echar tanta gasolina al fuego.
Colorín colorado, este cuento es inacabado.