El 1 de junio de 1937, hace casi ochenta y tres años, según relata el escritor , investigador y periodista Pedro Corral en su última obra, “Eso no estaba en mi libro de la Guerra Civil” , que en una explanada que se utilizaba como campo de fútbol entre la Colonia del Manzanares y la tapia de la Casa de Campo, frente del Puente de los Franceses se produjo un hecho muy insólito, pero, como Dice Pedro Corral “ no inusual, puesto que se dio muy a menudo en todos los frentes a lo largo del conflicto, a pesar de estar tajantemente prohibido y castigado como deserción ante el enemigo, lo que podía acarrear la pena de muerte”.
Más de cuatrocientos combatientes de uno y otro bando, incluidos oficiales se “encontraron” en un campo de fútbol para abrazarse, conversar, beber y fumar juntos ante la mirada atónita de sus respectivos mandos.
Los responsables de los puestos de observación de la 11. ª División franquista y la 6. ª División republicana veían desde sus puestos que decenas de soldados de sus respectivas trincheras salían de sus posiciones, aprovisionados de periódicos, tabaco y botellas de licor para dirigirse al encuentro de sus enemigos, como bien describe en su obra (Pedro Corral) …”sin la más mínima actitud combativa, sino todo lo contrario…”
Los primeros efectivos republicanos que fueron al encuentro amistoso del enemigo pertenecían a la cuarta compañía del primer batallón de la 4. ª Brigada, desplegada en la posición La Pasarela, en el subsector de la Florida, pero se les sumaron también de otras compañías, hasta llegar a doscientos.
Esos actos de confraternización llegaron a incluir partidos de fútbol, y aunque este caso se produjo en un campo de fútbol no hay confirmación de que se jugara al final el partido.
El jefe de esta unidad republicana, el capitán Jesús Salas Lirola, almeriense de 37 años, militar profesional, participó en la confraternización, estrechando la mano de un capitán y un alférez enemigos en las posiciones franquistas, el alférez había sido compañero suyo en África, en la guarnición de Larache, antes de la guerra. El capitán franquista ofreció coñac, cerveza y puros al capitán republicano.
Según el sargento Nicolás en su declaración del Consejo de Guerra, el diálogo entre los oficiales tuvo un solo contenido: «El tema de la conversación fue exclusivamente España”.
Según el investigador Pedro Corral, la escena alcanzó tales dimensiones que obligó a que acudieran urgentemente al lugar el mismísimo jefe de la 6. ª División republicana, el teniente coronel Carlos Romero junto con los comandantes de los batallones que conminaron a voces a sus hombres a volver a las posiciones. Por parte del bando nacional, un comandante hizo lo propio, asomado a la tapia de la Casa de Campo.
El comisario político de la 6. ª División, Isidro Hernández Tortosa, llegó también al lugar de los hechos. Su declaración fue muy explícita acerca de su reacción ante lo que vio: «Rápidamente llegamos allá y pudimos comprobar el caso bochornoso de que ambos bandos se abrazaban y se besaban». Lo sorprendente es que las mismas fuerzas se habían tiroteado con saña el día anterior. Durante la confraternización, unos y otros se hicieron promesas «de no tirar más».
Varios oficiales republicanos salieron al campo de fútbol para hacer regresar a sus tropas a las trincheras, pero con poco éxito. Apenas consiguieron convencer a unos pocos, mientras el resto seguía manteniendo «conversaciones amistosas» con el enemigo. Preguntado a uno de ellos, el teniente Virgilio Chapín, por el juez instructor si oyó «algún grito o viva subversivo» durante la confraternización, respondió que «solo oyó vivas a la República y palabras de afecto cambiadas entre los soldados de ambos bandos combatientes».*
El capitán Salas Lirola y su compañía fueron inmediatamente relevados de las posiciones del Puente de los Franceses. Salas Lirola fue detenido ese mismo día y sometido a juicio sumarísimo. Se le condenó a dos años de cárcel por negligencia, falta de carácter y por incumplimiento de órdenes de sus superiores.
A lo largo de los tres años de conflicto, los soldados de los dos bandos llegaron a confraternizar en muchas ocasiones, (a pesar de sus mandos) incluso se organizó según el testimonio de vecinos de los pueblos de la zona, en una pradera de la sierra de Somosierra, por la zona de Puentes Viejas y Buitrago del Lozoya un partido de fútbol entre tropas nacionales y republicanos. El partido de fútbol llegó a iniciarse, con gran expectación, entusiasmo y sana deportividad, pero desde la zona del Portachuelo, donde estaban instaladas las baterías republicanas, los mandos obligaron a disparar un par de obuses de aviso para que terminara la confraternización. El partido de fútbol se acabó y el “Balón se paró” a pesar de la ilusión y ganas de sus participantes por disputarlo.
Ese “Balón” que se “paró”, fue la España de 1936 junto al proyecto de vida de millones de españoles, como también se ha parado la España del 2020, no por una triste guerra civil sino en este caso, por un virus. Una España de personas que quieren hacer su “vida normal”, tener salud, trabajo, sacar a su familia adelante y tener un proyecto de vida para ellos y sus hijos.
Esa España que se levanta cada día, con ilusión, con ganas de avanzar y que está cansada de líderes y dirigentes radicales, populistas, extremistas y manipuladores, que anteponen su ideología y sus dogmas al interés general. Dirigentes sobrados de prejuicios y de viejos rencores, que les impiden ver el futuro y por desgracia también el presente. Dirigentes que se han olvidado la transición democrática y la concordia nacional.
Los soldados (los españoles) de estas dos historias que hemos narrado querían “jugar” con el “Balón” (España), pero no pretendían romperlo, desunirlo, ni destrozarlo. Querían “compartirlo” para que todos disfrutaran del placer de “sentirlo” y de ver como ese “Balón” sacaba lo mejor de cada uno de ellos para el bienestar y la concordia de los españoles.
* Según la declaración del capitán republicano Salas Lirola al instructor del expediente abierto por el mando, que se conserva hoy en el Archivo de la Guerra Civil de Salamanca, el capitán enemigo le aseguró «que era una pena que siendo todos españoles, nos estuviéramos matando unos a otros» y «que se fijara en la emoción que se había apoderado del personal de ambos bandos al verse reunidos».