Sabíamos que antes o después nos iba a tocar, pero ahora es una realidad: el coronavirus, oficialmente COVID-19, ya ha irrumpido en la Comunidad de Madrid con dos casos confirmados.
Es importante destacar que se trata de contagios producidos fuera de la región, concretamente en el norte de Italia, y que los protocolos de actuación puestos en marcha por las administraciones competentes están funcionando a la perfección.
Unos mecanismos que ya estaban aplicándose en cuanto se detectaba algún caso sospechoso, como bien hemos sabido de primera mano gracias al testimonio de un paciente que, aunque felizmente pudo regresar a casa al descartarse que tuviera el virus, vivió en “sus carnes” todos los controles que deben efectuarse para tratar de contener la infección. Obviamente, por motivos de privacidad, omitiremos tanto el nombre del afectado como del hospital al que acudió al notar los primeros síntomas.
“Llegas a admisiones de urgencias y, desde el momento en que dije que estuve en Milán la semana pasada, de inmediato se puso en marcha el protocolo de actuación”. Se pone así de manifiesto que desde un primer momento se trató el caso como un potencial COVID-19, disponiendo todas las medidas posibles para evitar un contagio dentro del centro de salud. De hecho, se instó al paciente de inmediato a que se lavara las manos con líquido desinfectante y se pusiera una mascarilla.
Cuando se presenta una contingencia de este tipo, todas las precauciones son pocas y en el trayecto desde admisión hasta la sala en la que se le realizaron las pruebas, se pidió a todo el mundo que mantuviera un mínimo de diez metros con el paciente. Ya dentro de la mencionada habitación, los sanitarios continuaron con las pautas establecidas: “me explicaron los síntomas y me preguntaron dónde había estado, si podría haber tenido contacto con alguien que tuviera tos o problemas respiratorios, etc. Me tomaron la temperatura, y durante la hora que me tuvieron ahí estuvieron en permanente contacto con Sanidad Pública”.
Pese al nerviosismo, el paciente destaca que en todo momento fueron profesionales y muy atentos, también en el momento en que fue trasladado a la planta de aislamiento “en una silla de ruedas con un vigilante de escolta y un celador ataviado con un traje anticontagios”.
Una vez en la habitación de la zona de aislamiento, acudieron un médico y una enfermera “para poner la vía, hacerme un interrogatorio a fondo, tomar tensión, pulso y temperatura y hacerme todas las pruebas: sangre, mocos, garganta y flema, además de una radiografía de tórax”.
La última de esas pruebas se le realizó aproximadamente a las 13 horas y, tal y como revela el paciente, estuvo hasta las “20.30 básicamente aguardando a los resultados”. Durante las largas horas de espera no se le privó de hacer uso del móvil (aunque, eso sí, “había poca cobertura”) y los miembros del equipo médico sólo iban “si tenían que hacerme algo por obligación, como tomarme la temperatura. En caso de que necesitara algo, debía comunicarlo por el interfono».
“A las 20.30 me dijeron que las pruebas daban negativo en el coronavirus y también en la gripe normal, que tendría un proceso pseudogriposo”. Se acababa así su odisea en el hospital, aunque no el seguimiento del protocolo de prevención: “podía irme a casa, pero pidieron que no fuera al trabajo para extremar la precaución, ya que todavía no habían pasado 2 semanas desde que estuve en Milán”.
También le recetaron medicamentos para tratar su dolencia, añadiendo que ante cualquier eventualidad llamara al médico para que se desplazara a su domicilio. No sólo eso, incluso la neumóloga le dejó su móvil personal “por si tenía alguna duda o problema”.
No hay que tomarse a la ligera esta epidemia, es evidente, si bien tampoco se debe caer en el alarmismo ni en la histeria, siendo conscientes de que estamos ante un virus agresivo pero con un porcentaje de mortalidad similar al de la gripe común, y, sobre todo, que los protocolos de contención y control funcionan muy bien.