Desde hace unos días, parece que en España el único tema de actualidad es lo que finalmente suceda con el “pin parental” en Murcia. Y lo que queda. Pocas veces habíamos tenido un debate tan encarnizado sobre educación, en la que afloren tantos sentimientos encontrados como están surgiendo en este caso.
La medida persigue, por resumirlo mucho, obligar a los responsables de un centro educativo a informar previamente a los padres de los alumnos sobre cualquier actividad programada que verse sobre la identidad de género, el feminismo o la diversidad LGTBI.
A partir de ahí, se abre el melón de la ideología y volvemos a ver lo polarizada que está la sociedad, convirtiéndose esta iniciativa en un caballo de batalla más entre la izquierda y la derecha. Porque, ¿cuántos votantes del PSOE están a favor del pin parental y cuántos de VOX lo rechazan? Podrían contarse con los dedos de la mano en cualquiera de los dos casos.
Sin embargo, todo esto tapa una cuestión esencial de fondo que debería preocuparnos mucho más, ya que en ella reside, literalmente, nuestro futuro: ¿quién controla lo que enseñan a nuestros hijos en las aulas?
Es cierto que hay un plan educativo que decide lo que se imparte y lo que no en las aulas españolas, pero al final siempre queda en manos del docente, quien moldea la materia a su antojo. Todos hemos sido niños y recordamos a esos profesores que nos marcaron por su forma de enseñar, por cómo nos hacían amenas las lecciones de, por ejemplo, historia. Todo lo que nos decían se nos alojaba en el cerebro y difícilmente ningún chaval de doce años tuvo criterio para decirle que, aunque fuera con chistes, estaba haciendo apología del fascismo. O de Stalin.
En ningún momento estoy poniendo en duda la calidad del profesorado de este país, soy hijo de maestro y sé que se dejaba sus motivaciones políticas para casa. Pero todos sabemos que esto no siempre es así, y si un pedagogo de Girona te dice entre lágrimas que la Policía Nacional “masacró al pueblo catalán” el 1-O pues tú, cómo no, que ni siquiera tienes barba y te lo dice tu “profe” favorito, te lo crees.
Pero esto, desgraciadamente, no hay ningún pin parental que lo controle. La labor de los docentes es fundamental, tanto que de ese colectivo depende crear una generación sana, que sepa pensar por sí misma y sea capaz de elegir en quienes se quieren convertir. Es, eso sí, su responsabilidad y su conciencia.
Así que, igual que mi padre, antes de llegar al colegio, nos dejamos nuestra ideología en la puerta.