Ya es dos de diciembre y arranca, por fin, la Cumbre del Clima en Madrid. Cada día, han sido decenas las noticias que hemos leído sobre el tema, centradas sobre todo en su atropellada llegada a nuestra ciudad (recordemos que se debía celebrar en Santiago de Chile, pero los disturbios en el país sudamericano obligaron a su cancelación y traslado), las sonadas ausencias (véase Donald Trump) o la odisea de la activista Greta Thunberg a través del océano para llegar a la cita.
Han valido para que el evento esté en boca de todos, es verdad, pero no es menos cierto que toda esta distracción mediática también ha provocado que nos olvidemos del vital objetivo que persigue esta Cumbre del Clima. Se trata de la última reunión para activar el Acuerdo de París, concebido como el primer pacto mundial vinculante en defensa del clima del planeta. Este necesita de la implicación de todas las naciones del mundo, y debe estar plenamente vigente en enero de 2020.
Porque nos jugamos mucho. No sólo nosotros, también, sobre todo, nuestros hijos. Hace unos días leí un “meme” que decía algo así como “al cambio climático no le importa que creas en él o no, va a llegar igual”. Y no podría ser más verídico… y preocupante. Quien se empeñe en negar la evidencia de una aceleración en el aumento de las temperaturas en La Tierra está cometiendo una grave irresponsabilidad. No soy meteorólogo ni científico, de modo que ni puedo ni debo meterme en aspectos técnicos en los que seguramente erraría. Pero sí he visto con mis propios ojos cómo se han secado embalses, los termómetros elevarse por encima de los 40 grados en Madrid, cada día, durante tres semanas, y he podido bañarme sin estar loco en la playa de Barcelona en el mes de noviembre.
Aun así, hay mucho escepticismo, por otro lado perfectamente comprensible. Llevamos años de alarmismo, diciéndonos a principios de siglo que en 2018 se habrían derretido los polos y que la arena del desierto llegaría hasta La Rioja. También nos quieren imponer, a los ciudadanos de a pie, medidas cuanto menos cuestionables (comed menos carne, tened menos hijos), mientras EE.UU. y China emiten un 50% de los gases nocivos del planeta. Ese afán por querer cargarnos con la culpa de la destrucción del planeta, cuando realmente (aún) no ha pasado nada, no hace sino generar un efecto diametralmente opuesto. Se trata de persuadir, no de obligar.
Por eso debemos tomarnos muy en serio esta Cumbre del Clima. Yo, como individuo, difícilmente cambiaré algo si actúo solo, pero sí puedo ser una pieza más del engranaje que lleve a un cambio de paradigma. Eso sí, un cambio que debe empezar desde todos los Jefes de Estado que estarán estos días en las conferencias, ya que son ellos quienes deciden el futuro de sus respectivos países… y por tanto del planeta. Cuando el día 13 la cumbre llegue a su fin, se deben haber acordado medidas tangibles y realizables, exigiendo sobre todo a las grandes corporaciones y a todos aquellos actores que de verdad puedan tener influencia directa en una reversión del cambio climático que actúen. Y que lo hagan ya.
Será entonces cuando ellos podrán exigirnos que comamos menos filetes o que cambiemos nuestro coche, que aún va como la seda, por uno eléctrico, carísimo, con el que no llegaríamos ni a Cádiz. Hasta entonces, también por nuestro bien, exijamos nosotros.