Madrid ya huele a Navidad. Las luces recién encendidas de las guirnaldas y cenefas que adornan las calles y plazas de la capital, nos recuerdan que prácticamente ha transcurrido un año desde el último adviento. Es tiempo de preparación para disfrutar de uno de los momentos más entrañables del año que nos recuerda nuestras raíces cristianas y nos devuelve a los mejores valores y sentimientos de paz, de fraternidad, de solidaridad y de convivencia en familia, esos mismos que parecen estar aletargados el resto del año, en el que las prisas, las preocupaciones, el materialismo y el individualismo exacerbado nos envuelven sin piedad.
Es tiempo de disfrutar la efervescencia del momento que nos brinda infinitas posibilidades gastronómicas, lúdicas y religiosas. Y como no podía ser de otra manera, en ese engranaje de sentimientos, en ese crisol de ofertas por descubrir, resulta de obligado cumplimiento la visita a los emblemáticos bares próximos a la Plaza Mayor para disfrutar de afanoso ambiente de gentes que entran y salen de su perímetro y saborear los tradicionales bocadillos de calamares, que no son los únicos de la ciudad pero sin duda, sí los más populares.
Y en este periplo navideño, hoy quiero compartir mi experiencia gastronómica con Héctor Salazar, buen amigo y director de este diario digital que cada semana nos abre las puertas para saborear las mejores excelencias de Madrid. Con el marco de la Plaza Mayor como punto de encuentro, comenzamos a recorrer las calles colindantes a este majestuoso escenario y nos detenemos en la calle Botoneras, entre la Plaza Mayor y la calle Imperial, denominada así desde el año 1835, al estar establecidas en ella las quincalleras. En aquellas pequeñas tiendas se vendía de todo y una de las mercancías más habituales eran los botones.
Hoy, dos siglos más tarde, nos disponemos a disfrutar bajo el embrujo de sus muros de piedra, de los famosos bocadillos de calamares. He de reconocer que no resulta fácil abrirse paso entre la concurrida aglomeración de parroquianos que esperan su bocadillo de calamares, aunque eso sí, con muy buen talante, que ya casi es Navidad.
BAR LA IDEAL
Nos llega el turno y recogemos los nuestros con el mismo entusiasmo de quiénes recogen un trofeo. Calientes y recién hechos, con generosa dispensa, tan deliciosos como irresistibles… ese es el primer encuentro con los calamares en bocadillo que nos propone el bar La Ideal en el número cuatro de nuestra ya conocida calle.
La receta es muy sencilla: calamares rebozados en harina y fritos en aceite de oliva muy caliente durante el tiempo justo para que queden dorados y tiernos y jugosos al paladar. Creo que uno de los motivos de su gran popularidad se debe a la generosísima ración con la que rellenan el pan del bocadillo. Para los menos puristas, existe la posibilidad de aderezarlo con alguna salsa como mayonesa, alioli o jugo de limón. Para completar el perfecto maridaje, nada puede superar una caña de cerveza bien tirada. Y, lo mejor, el precio… un castizo banquete más que típico de “los Madriles” por menos de cinco euros, en pleno corazón de la capital.
La fortuna nos ha sonreído y hemos podido acomodarnos en una mesa, lo cual resulta casi milagroso a estas horas del mediodía. Mientras conversamos, nos dejamos envolver por el entorno bullicioso. El bar La Ideal es un local más bien pequeño. Posee una barra infinita que traza un largo y estrecho recorrido hasta el fondo del establecimiento. La decoración es sucinta y castiza, al estilo de las tabernas madrileñas de toda la vida.
Y así, entre los sabores más tradicionales, el color de los recuerdos y el calor de los visitantes… la Ideal encandila y seduce. Ya estoy buscando una nueva excusa para justificar una próxima visita a la Plaza Mayor, a sus rincones con historia y a sus bares con encanto. Y es que, queridos lectores, como reza un dicho popular: “No tenemos mares pero sí bocadillos de calamares.”