Son las 16:30 horas de un día laborable en la calle de Bravo Murillo, en Madrid, entre Cuatro Caminos y Tetuán. Esta parte de la vía, de menos de dos kilómetros, está salpicada por más de una decena de salones de juego que reciben la visita constante de usuarios que pueden llegar a gastarse más de 500 euros en pocas horas.
Alicia es una de estos usuarios que acuden a las casas de apuestas y de juego de la zona para conseguir dinero extra. Tiene 66 años y confiesa a Efe, mientras está de camino a una de ellas, que juega una vez al mes una media de 250 euros y lo hace durante dos, tres o más horas, «depende».
QUEDARSE SIN NADA
Lo máximo que ha ganado en un día con el juego, ella opta por la ruleta, han sido 1.700 euros. Con poco más de 10 o 20 euros ha conseguido llevarse a casa en una tarde 450 euros, aunque admite que también ha perdido «mucho» y se ha quedado, a veces, sin nada.
Madrid vs influencia de las casas de apuestas en los menores
«Yo antes cobraba subsidio y me iba con la plata del subsidio, pero con poca, no con mucha», afirma esta mujer, nacida en Venezuela y de padres españoles, que si bien está en contra de la prohibición de estos locales -a nadie le obligan a jugar, dice- sí defiende que haya menos.
Constata que hay gente que «juega por necesidad y pierde por devoción» en estos locales, donde» suele haber más hombres que mujeres, sobre todo de mediana edad, muchos jóvenes», y aunque hay gente a todas horas, es en la tarde y en la noche cuando más usuarios acuden en busca de la suerte.
Ella se mueve siempre en la misma zona, entre la estación de metro de Cuatro Caminos y la de Tetuán. Precisamente, el distrito madrileño de Tetuán es uno de los cinco que más casas de apuestas y salones de juego aglutina en Madrid, 61, según la Federación Regional de Asociaciones Vecinales madrileñas (Fravm).
Además, esta federación contabiliza 73 en el barrio de Carabanchel, 72 en Centro, 63 en Puente de Vallecas y 50 en Ciudad Lineal.
LOCALES QUE NO PASAN DESAPERCIBIDOS
Caminando por ese tramo de la calle Bravo Murillo, por la que transitan ciudadanos de múltiples nacionalidades, sobre todo de países de Latinoamérica y donde predominan establecimientos de comida rápida y de ropa a precios populares, es fácil toparse con alguno de estos locales.
Identificarlos no es un problema porque, lejos de ser discretos, tienen en sus fachadas colores llamativos o luces de neón que no pasan desapercibidos. Algunos de ellos están situados enfrente de una escuela infantil -Los Ángeles- y de un colegio -el Jaime Vera- ambos públicos.
FRENTE A GUARDERÍAS Y COLEGIOS
Luis, de 31 años, lleva a su hijo de un año a esa escuela infantil y a la salida del centro, tras recoger a su pequeño, lamenta a Efe que cada 300 metros como mucho haya uno de estos locales que, en su mayoría, apunta, sustituyen a antiguos comercios de barrio.
«En el barrio hay varios coles y en casi todos, si no es al lado, es enfrente, ahí están, siempre queriendo llamar la atención de los menores», señala este padre, que admite que alguna vez ha entrado y apostado -añade- «como casi todas las personas» de su edad. «Es imposible evadirse», abunda.
Sobre si está de acuerdo en que los prohíban -un objetivo por el que luchan diversos colectivos y asociaciones vecinales, que han convocado el domingo próximo una manifestación precisamente por esta calle- Luis opina que lo que hay que hacer es regularlo, porque «si prohíbes algo, lo haces más atractivo».
LOS JÓVENES NO LO SUELEN RECONOCER EN SU ENTORNO
Algo más joven que Luis es Alejandro, que tiene 23 años. Va por la calle mirando el móvil, con los auriculares puestos. No lee un mensaje de WhatsApp ni tampoco husmea en las redes sociales; juega al póker ‘online’, como reconoce al ser preguntado por Efe si no le importa responder a unas preguntas sobre la proliferación, en los últimos tiempos, de los salones de juego y apuestas.
Aclara que está jugando sin apostar pero afirma que más de una vez ha entrado a estos locales antes de salir de marcha. Comenta que la gente de su edad lo hace pero no lo suele reconocer con los amigos: «La mayoría lo lleva en secreto», apostilla este joven cocinero.
AL MENOS, REDUCIR EL NÚMERO
Reducir al menos a la mitad el número de estos locales es lo que cree Fernando que se debería de hacer. Él es un jubilado de la zona y, mientras pasea con su mujer, relata cómo han cambiado sus calles en los últimos tiempos, algo en lo que los inmigrantes -dice- han tenido mucho que ver: «Sin ellos tampoco sería posible la expansión que ha tenido este barrio».
Ildefonso, otro jubilado, no es partidario de prohibir las casas de apuestas y de juego: «Prohibir no se debe prohibir nada», apunta, pero sí propone que estén lejos de zonas donde hay menores o colegios. Con una sonrisa dice que estos establecimientos son «muy peligrosos» para pensionistas como él, porque tienen tiempo y el juego «es un vicio».
No obstante, afirma con rotundidad que él no entra porque «los vicios se pagan caros» y uno, dice, «todavía tiene cabeza».
Durante el recorrido que Efe ha hecho por esta zona ha intentado, en varias ocasiones, hablar con algún empleado o responsable de estos establecimientos, que han preferido declinar el ofrecimiento.
Lo que ocurre en esta parte de Bravo Murillo con los salones de juego no es una realidad aislada. En muchas ciudades la situación es similar, como en Barcelona donde, si bien no hay muchas salas en la misma calle, sí se encuentran cercadas y están ubicadas sobre todo en vías turísticas, como las Ramblas, o en distritos de población trabajadora como Nous Barris o Montjuic.