Es lo primero que ven cada día los miles de madrileños que se bajan en el intercambiador de Moncloa o que conducen su coche por la entrada a Madrid de la A-6. Un imponente arco de 49 metros de altura que forma parte del paisaje urbano de esa zona, al cual nadie presta demasiada atención. Y es que, como se dice coloquialmente, el Arco de la Victoria ‘lleva allí toda la vida’. Nada más lejos de la realidad.
En plena polémica por el futuro del Valle de los Caídos, aparecen otros monumentos levantados durante el franquismo en diferentes puntos de la región. Y este Arco de la Victoria construido entre 1950 y 1956 es uno de los más visibles. Su ubicación no es ni mucho menos casual, ya que conmemora, igual que los arcos del triunfo romanos, la victoria en el campo de batalla. En este caso, una de las más cruentas de la Guerra Civil, la de la Ciudad Universitaria, librada en ese mismo lugar en noviembre de 1936.
Aunque desde fuera parezca una mera mole de hormigón, el Arco de la Victoria esconde numerosas curiosidades, tanto en su interior como en su exterior. Porque sí, se puede acceder a las entrañas del monumento. En cada uno de los prismas hay un vestíbulo de acceso, contando cada uno de ellos con un ascensor (fuera de uso) y unas escaleras. Éstas conectan con una sala central, proyectada como sala de exposiciones, que nunca se ha llegado a usar. Desde aquí se puede acceder a la azotea descubierta, donde nos espera la reproducción de la cuádriga de Minerva y un mirador de vistas privilegiadas. Tampoco ha estado nunca abierta al público.
Pese a su valor histórico y potencialmente turístico y cultural, su estado actual es casi de abandono. En el exterior no se aprecian los desperfectos, pero la sala de exposiciones y el interior en general está en un estado deplorable. Su titularidad corresponde hoy al Consejo Regional de Transportes, la cual se encarga de su mantenimiento, y poco más.
Es obvio que su significado ha contribuido a la dejadez a la hora de aprovechar este espacio, y no han sido pocos los intentos por darle uno completamente distinto. Cambiar su nombre por el de “Arco de la Concordia” o modificar sus inscripciones en latín (las cuales hacen referencia a la victoria del ejército sublevado) han sido algunas de las propuestas. Incluso han llegado a plantear la demolición total. Pero ninguna ha salido adelante y, por unos y por otros, el Arco de la Victoria sigue impasible en su base, languideciendo mes a mes.
Igual que sucede con el Valle de los Caídos, el factor político se está imponiendo al práctico, impidiendo la conservación de elementos arquitectónicos que forman parte de nuestra historia. No se busca proponer desde aquí una solución, que podría pasar por la conversión del Arco de la Victoria en un centro de interpretación de la Guerra Civil. Se trata de poner el foco en la dejadez que se ha mantenido hasta ahora, y que no es beneficiosa para nadie.
Olvidarse de los crímenes del franquismo es un error, pero también lo es querer dinamitar con revanchismo todo lo que queda de esos 40 años. Hagamos que lo queda de aquella época sirva para sacar lecciones comunes, y no para dividirnos.