En una sociedad donde tener hijos se convierte en un sueño por el coste económico que supone y la poca estabilidad profesional que hay viajar se vuelve una alternativa. Lo primero que generalmente se le ocurre a alguien cuando piensa en viajar es el precio, pero es que las nuevas generaciones no necesitamos contratar los servicios de una agencia para embarcarse en una aventura porque internet nos aporta todo lo que necesitamos. Todo esto ligado al hecho de que las relaciones son muy inestables y el agobio que existe en las ciudades provoca que muchas personas se planteen viajar en solitario, pero… atención porque aparece el miedo.
El temor que les surge a muchas personas ante la idea de viajar solos procede principalmente de las críticas que creen que van a recibir. Estas en muchas ocasiones no se realizan y numerosas veces sucede lo contrario, que a uno le felicitan por atreverse (nuevamente aparece el miedo en este caso de quien te felicita por algo normal). El miedo que surge y no es fundamentado reside en las personas por tener alguna dependencia personal y en aquellas que se sienten inseguras ante probar nuevas experiencias porque creen que no van a ser capaces de superarlas. No obstante, el profesor e investigador de psicología Thomas Gilovich apunta que “somos la suma total de nuestras referencias” en relación a la felicidad que aporta viajar.
Viajar en solitario supone por tanto perder el miedo, pero también encontrarse a sí mismo. Saber cuales son nuestros límites, encontrar una solución ante algo que suponía una incógnita para nosotros, abrir la mente sobre otras culturas sin ningún testigo que nos juzgue, son algunas de las cosas que se afrontan cuando se decide viajar solo. Pero, principalmente es la sensación de libertad que sentimos la que nos hace disfrutar de un viaje en solitario porque implica ser nosotros realmente.