Parecía que el mundo se iba a paralizar. Dos debates consecutivos entre los (presumiblemente) cuatro candidatos principales a presidir el Gobierno a partir de la próxima legislatura, dentro de las que parecen ser las elecciones más reñidas y polarizadas de la historia de la democracia. Pero ya han quedado atrás; todos estuvimos pegados al televisor y ahora, tras haber visto mil veces los «memes» que se generaron en Twitter para la ocasión, encaramos la recta final del camino al futuro de nuestro país.
Quizá sea por la inmediatez de los comicios y por la avalancha diaria de noticias, pero la sensación que me queda después de la pelea a cara de perro de lunes y martes es que las cosas han cambiado muy poco para los votantes, que vieron, en el cómputo de los dos días, pocas propuestas y muchas puñaladas. Pocos, o ningún titular, habréis visto con algún desarrollo de reforma que pudiera surgir del debate. El poso que nos ha quedado es el intercambio de reproches, el fantasma de VOX pululando por los estudios de RTVE y Atresmedia y las acusaciones de unos a otros sea cual fuere el tema que se estaba tocando.
En estas circunstancias, es imposible definir quién ganó o perdió los debates. La oportunidad, a menos de 72 horas de que abran los colegios electorales, de convencer al votante indeciso, se esfumó en un mar de discursos guionizados, basándose cada uno en lo que traían aprendido con el objetivo de desarmar a sus rivales. Pero sin propuestas concisas. Todos se centraron en desacreditar al de al lado, con la técnica del “tú más” y los golpes bajos.
Sea como fuere, y ya de cara al día después del 28-A, algunas cosas sí parecen haber quedado claras: Ciudadanos no pactará con el PSOE bajo ninguna circunstancia y parece que podría darse, por parte de los naranjas y PP, un nuevo pacto a la andaluza en el Congreso en caso de gozar de los escaños suficientes. Pedro Sánchez sigue sin aclarar si indultará o no a los juzgados del procés en caso de condena y negará hasta las últimas consecuencias que subió al poder gracias a quienes dieron el golpe de estado en Catalunya hace dos años. Y Pablo Iglesias… El quizá más (sorprendentemente) moderado de ambas veladas sigue lastrado por su ambigüedad y la de su partido ante temas de máxima trascendencia para el conjunto de la sociedad. Le será difícil deshacerse de las mochilas de Venezuela, de la indefinición ante el desafío separatista y, sobre todo, de su miedo endémico a la palabra “España”.
También han quedado muy claras las ganas que teníamos de elecciones en general y de debate en particular, y de cómo de forma inmediata se inició uno paralelo que aún dura y que probablemente se prolongará hasta el mismo domingo. No ha habido cena, tertulia en un bar o conversación en Metro de camino al trabajo que no haya se haya detenido al menos un par de minutos en las conclusiones sacadas tras escuchar a los cuatro candidatos y en el manido «¿viste anoche el debate?».
Queda, como señalaba al principio, un suspiro para conocer los resultados de las votaciones más trascendentes de nuestra joven democracia. De lo que dicten las urnas saldrá el gobierno que tendrá que hacer frente a los cientos de desafíos que se aproximan para los próximos cuatro años. Estoy convencido de que nadie va a cambiar su voto por lo visto en los debates, igual que estoy convencido de lo importante que será que nadie se quede en casa el día 28. Así que, aunque lo único que recuerdes hoy de las noches del lunes y martes pasado sea la camisa de Pablo Iglesias, no hagas planes para el próximo domingo, porque ya tienes uno con las urnas.