Este sábado, Madrid se despertó teñida de color amarillo. Con viajes costeados por la ANC y Òmnium Cultural (asociaciones subvencionadas, a su vez, por el Govern de la Generalitat de Catalunya), miles de independentistas catalanes se plantaron en la capital de España para protestar en contra del juicio de los líderes del procés. 120.000 mil para los organizadores, unos dieciocho mil para la Delegación de Gobierno, pero miles, en cualquier caso, fueron los manifestantes que estelada a la espalda y lacito en el pecho vivieron una jornada histórica en el corazón de ese ogro que, según defienden, les está haciendo la vida imposible.
La marcha, que fue de Atocha a Cibeles, dio comienzo a las seis de la tarde. Pero cualquiera que hubiera decidido salir a dar un paseo unas horas antes por el centro de Madrid, algo nada raro debido al día primaveral que tuvimos, seguro que tuvo ocasión de encontrarse con algún grupo de futuros manifestantes, ataviados sin excepción con sus símbolos de la cabeza a los pies. Y es que, antes de “llenar” el escenario ubicado en la mencionada plaza de Cibeles, llenaron los puestos del Mercado de San Antón, las terrazas de Chueca o el Parque del Retiro
Caras de felicidad, muchas fotos a los edificios emblemáticos y un ambiente festivo en todo momento. Una actitud curiosa cuanto menos, teniendo en cuenta que en todas y cada una de sus declaraciones no se cansan de denunciar la opresión que sufren. No hay un solo político favorable a la secesión que no haya afirmado en algún momento que España es un estado totalitario y antidemocrático. Y allí estaban, en primera línea, Quim Torra, Roger Torrent, Gabriel Rufián o Joan Tardà. Ninguno de ellos ha dudado en comparar a España con Turquía. Me hubiera gustado verlos plantear algo parecido en Estambul…
El caso es que todos, desde el grupo de jubilados que aprovechó la ocasión para venirse desde Girona ya el miércoles y hacer turismo, hasta los que cada día hacen política en televisión (porque al Parlament y al Congreso van poco), cantaron L’Estaca a voz en grito sin que absolutamente nadie les dijera nada. Esos 100.000, 20.000 o 50.000 independentistas que vinieron de excursión al agujero totalitario de la Península Ibérica se recorrieron la Plaza Mayor, la Puerta del Sol y la Plaza de Oriente con la indiferencia como única reacción ante sus pancartas de “los Jordis”. Ningún gris se puso a dar porrazos y ningún comando de ultraderecha intentó reventar la concentración.
Y así, sin darse cuenta, le han hecho una campaña que no tiene precio al Estado de Derecho. Nadie ha impedido que se manifestaran y, la misma Policía Nacional contra la que claman, se encargó de protegerles en todo momento, velando por abortar cualquier eventual problema que pudiera generarse. La ausencia total de altercados y la libertad con la que pudieron moverse por cualquier rincón de la ciudad son el mejor ejemplo de esa falacia que cada vez queda más al descubierto.
Madrid dio, una vez más, una lección de democracia. No hubo ni un insulto, ni una sola marcha paralela con el único objetivo de impedir a otros que salgan a las calles a expresar su opinión. No hubo equipos de limpieza “desinfectando” el Paseo del Prado una vez acabó la marcha. Reacciones que sí se han dado en algunas localidades catalanas cuando el sino de las protestas ha sido diferente, y que permiten ver con un poco más claridad en qué lado se asienta hoy en día el fascismo.