Madrid es la ciudad del caos, de la rapidez, de lo inmediato, pero entre todas las prisas se escapan sonrisas, vuelan miradas y se resuelven enfados. Es la ciudad que te deja la boca abierta cuando un extranjero te indica cómo llegar a tu destino porque el madrileño te responde que esa calle no la ha escuchado en su vida, aunque siempre que le pregunten de dónde es dirá: “de Madrid, Madrid”.
Dirán que Roma o París, pero ya te digo yo que Madrid es la auténtica Ciudad del Amor. ¿Quién más intenso que un madrileño? Nos enfadamos a rabiar, pero amamos hasta morir. Lo bueno siempre es cien veces bueno y lo malo siempre es cien veces peor, somos intensos porque si no, la vida se nos escapa entre los dedos.
Madrid calma y cura. No tiene playa, pero tiene gentío. Da igual “cervecear” por Malasaña, La Latina o Ponzano al final lo que nos gusta a los madrileños es nuestra gente. Nos gusta ir a sitios bonitos, de esos que nos enseñan los influencers pero, al final, volvemos a casa con la misma sonrisa aunque vengamos de estar 3 horas en un coche aparcado en la estación de Batán, nos importa la compañía.
Nos las damos de duros, pero somos de cristal porque cuando hay un derbi nos rompemos como si el señor Ramos fuese el hijo de todos, para bien o para mal, ¿qué no? Tan típico como terminar así una frase. Pocos entienden de qué hablo, ¿qué no?
Madrid es esa capital que quiere ir de moderna con sus edificios altos de formas raras pero que no le hace falta tenerlos. Si Madrid engancha por algo son sus viejas fachadas. Las antiguas renovadas y las antiguas que se caen a cachos, las dos gustan. Y gustan porque cuando te vas y las ves al volver, piensas: esto es Madrid, ya estoy en casa.
Porque “tronco, te quiero mazo”, “estás de coña”, “llego en cero coma”, “ya te digo”, “lo pillamos a pachas”, son expresiones que solo escuchas aquí. Y crean adicción. Y te diré más, que digan lo que digan fuera, en Madrid no tenemos acento. Y eso, también gusta. Mucho.