Quién nos iba a decir, durante aquellos turbulentos días de octubre de 2017, que el final (en todos los sentidos) del procés, iba a escenificarse en las calles de Madrid. Porque este 12 de febrero, el del inicio del juicio a los “políticos presos” que se celebrará en el Tribunal Supremo, simboliza el deceso definitivo de un proyecto más ilusorio que real, pero que ha servido para llevarse por delante una buena parte de la base de convivencia entre españoles que se había ido fraguando a lo largo de las últimas décadas.
Aun así, que nadie se engañe, el procés llevaba tiempo muerto. Lo hizo concretamente el día 27 de octubre de 2017, cuando se votó y aprobó en el Parlament la Declaración Unilateral de Independencia. Porque después de cantar Els Segadors, de sacar a las calles a miles de personas, de crispar hasta más allá del límite a millones de personas, no pasó nada. Únicamente que el día después, Carles Puigdemont y otros miembros del Govern, los menos “valientes”, abandonaron la Ciudad Condal a escondidas sabedores de que su destino no era Ítaca, sino Soto del Real.
Mientras tanto, toda esa sociedad que había contenido la respiración durante semanas volvía a soltar aire. El ambiente en las calles de Barcelona, epicentro de todo, ese soleado sábado de octubre era la que se tiene justo después de haber estado llevando una carga muy pesada, y que por fin te has liberado de ella. Era una sensación de alivio, para todas las partes. Daba igual el resultado, el procés había terminado.
En cualquier caso, esa pantomima, como así se ha demostrado con el tiempo, fue lo suficientemente grave como para que el Gobierno, con el apoyo de todos los grupos constitucionalistas, llevara a cabo una medida sin precedentes como es la aplicación del Artículo 155 de la Carta Magna.
Pero no hubo, como prometieron esos políticos, una defensa de la república proclamada y un rechazo frontal al 155. Lo único que sucedió, y que han mantenido desde entonces, es dejar que sea esa masa que se manifestaba cada Diada la que cargue con la responsabilidad de conseguir un imposible. Eso, y seguir engañando a quienes aún les creen.
Hoy, Oriol Junqueras, Raül Romeva y el resto de instigadores directos de la ya famosa “DUI” están en el banquillo o lejos de nuestras fronteras (y de las de cualquier país de la Unión Europea en el que se aplique con criterio el Derecho comunitario). Aquellos que prometían un país en el que siempre habría helado de postre nos han dejado una región enfrentada, entre sí misma y con el resto de España, y muy alejada de la Catalunya próspera y acogedora de hace no demasiado tiempo.
Ahora es cuando seguramente muchos de ellos piensen si de verdad les ha merecido la pena recorrer ese camino tan largo y baldío, que los ha devuelto al punto del que tanto quisieron alejarse. A la capital de España. A Madrid.