Tras cinco meses de deliberación, ha salido la sentencia del juicio de “La Manada”. Los condenados son los cinco hombres – hombres en lo que a su sexo se refiere, no en cuanto a valores – que violaron a una chica de 18 años hace dos durante la fiesta de San Fermín. Sí, la violaron, con todas las letras. El fallo ha resuelto que los cinco permanezcan en prisión durante 9 años, ya han cumplido dos, por abuso sexual continuado, no por violación.
Esto no es más que una nueva puesta en evidencia del problema por el que pasa nuestra sociedad. Este proceso judicial se ha convertido de principio a fin en un circo en el que todos tenían algo que decir, a cada cual más bestia. Durante meses he escuchado cómo se nos culpa a las mujeres del daño que hacen algunos hombres: “es que no se resistió”, “es que dijo que podía con los cinco”, “es que estaba sola y había bebido”.
¿Lo más grave? Que muchas veces las palabras eran de otras mujeres. Sigo esperando a que alguien me explique qué tiene eso que ver con que cinco salvajes violen brutalmente a una chica indefensa en un portal.
Hoy me siento dolida, pero también asustada, porque la justicia de mi país no me ampara si sufro una violación y no me resisto por el miedo, por quedarme en shock, por decidir que si dejo que pase rápido no me matarán como a Diana o a Marta. Hoy han venido a contarme que tengo que dudar de las palabras de otra mujer porque ha bebido, que si me pongo una falda corta me busco que me fuercen, que qué me espero si vuelvo andando sola a las diez de la noche por una calle vacía.
Hoy han venido a contarme que si me fuerzan entre cinco hombres mayores que yo, tengo que pelearme con ellos, pero que si lo hago, puede que me maten. Que si no me defiendo no hay violación; que aunque graben como abusan de mi entre varios para que se diviertan sus amigos, no hay violación; que aunque admitan que no fue consentido no hay violación, que si me dejan tirada en un portal, en una ciudad desconocida, paralizada por el pánico, sin ropa y sin teléfono móvil no hay violación.
Hoy han venido a decirme que además no puedo intentar retomar mi vida, porque si salgo de casa y sonrío, es que no hay violación.
No me vale, no me vale nada esta sentencia, no me vale que porque no haya violencia no haya violación, si todas las pruebas demuestran lo contrario, no me vale que siendo víctima se pongan en duda todas mis palabras y comportamientos. Puede que el derecho hoy sea así y haya que aceptar esta sentencia. Yo no lo acepto, yo quiero leyes que me protejan de verdad, que comprendan que si me agreden puedo entrar en pánico, que castiguen al agresor y no a la víctima. No es no, en cualquier circunstancia, en cualquier momento y en cualquier relación.
Yo sí te creo hermana.