Sólo falta en el título la palabra Mujeres, pero resulta evidente, una especie de sujeto elíptico, omitido, tácito, que está, necesariamente, presente. Porque la mayoría de las personas mayores, con bajas pensiones y viviendo solas, son mujeres.
Su esperanza de vida es más larga. En general, tienen menos edad que sus maridos. No han cotizado a la Seguridad Social, o han cotizado poco tiempo y por poco dinero, porque han tenido empleos esporádicos, temporales, o sin cotizar, con lo cual su pensión no refleja cuanto han aportado a la economía doméstica, en forma de cuidado de la casa, de la familia y de las personas dependientes.
Un buen día, esas mujeres mayores, que han aprendido a vivir su soledad en pobreza, sufren un accidente, una enfermedad, un internamiento en un hospital, una operación y, cuando vuelven a casa y siguen cobrando su pensión de miseria, necesitan a alguien que las atienda, porque hay cosas que ya no pueden hacer.
Entonces tienen que ir al Ayuntamiento, al Centro de Servicios Sociales, y pedir una ayuda, una persona que eche una mano, para hacer la comida, para salir a la calle, para hacer la compra, para limpiar la casa, hacer la cama. Y puede que, si demuestra fehacientemente su condición de pobre, sola, viuda, mujer, termine recibiendo algún tipo de ayuda a domicilio. Puede que dos horas, tres días en semana, siempre que el presupuesto no se haya agotado.
Luego, si la cosa empeora (y siempre termina por empeorar) y en todo caso al poco tiempo, le indicarán que tiene que solicitar la atención a la dependencia en la Comunidad de Madrid. Más demostraciones de pobreza, situación de su salud, pensión que cobra y demás cosas que ellos saben perfectamente, o pueden conocerlas, pero que es mejor pedir a la señora.
Papeleos que conducen a un dilatado procedimiento en el que vendrán a valorar su situación y, tras un mínimo de seis meses (un mínimo que siempre se cumple y se rebasa con creces), se le reconocerá, casi siempre, un nivel mínimo de dependencia y se les concederá, en no pocas ocasiones, una ayuda inferior a la del Ayuntamiento. Pero ya no hay vuelta atrás.
Y, cuando todo vaya a peor, habrá que volver al camino de las nuevas demostraciones de pobreza, viudedad, baja pensión, empadronamiento y soledad. Pero esas mujeres están cada vez más mayores, más solas, igual de pobres y se mueven cada vez peor. Puede que ni tengan hijos e hijas a los que recurrir, ni la cabeza en su sitio para hacerlo.
Salvo la auxiliar itinerante, que viene una hora y media, tres veces en semana, la ocasional y amable llamada de las auxiliares de teleasistencia, la visita mensual de la enfermera, la mujer seguirá sola, viuda, pobre y cada vez más dependiente. Porque la dependencia existe, llega poco a poco y de forma irremisible. Lo que no existe es la atención a la dependencia. O, al menos, algo que merezca con plena propiedad y estándares europeos, tal nombre.
Los mayores (masivamente mujeres viudas), pobres, solas y dependientes, lo saben bien, aunque no lo digan. Tú y yo lo sabemos, aunque no queramos verlo.