Fue redacción de un periódico, cine, última sala X en Madrid y ahora abre sus puertas de nuevo para dar paso a un espacio híbrido que incluye el cine como actividad transversal y mezcla actividades culturales con mesas de debate. Todo en un ambiente dónde juega lo moderno, lo viejo y lo tentador.
Recuerdo la primera vez que pasé por delante de la sala Equis. Pensé: «Esto tiene pinta de turbio, pero con clase». La gente se aglutinaba en una entrada luminosa donde las bombillas y las letras de cine antiguo llamaban a entrar, de una manera casi adictiva. «Es bastante fiel a lo que era. Quedan los fantasmas, te puedes encontrar con Unamuno por ejemplo. Se ha mantenido la taquilla original del cine con la última cartelera que había del cine X», dice Laura Suárez, una de las socias de la sala.
Entro. De fondo se escucha Gold member, un tema muy apropiado para el ambiente y el atrezzo del espacio. En la habitación: sillones, gradas, una película de cine mudo en una pantalla de proyección, columpios y gente con abrigos de pana, pelo rosa o gafas de pasta. «Recrea una plaza de un pueblo en fiestas, te puedes encontrar a una señora mayor entre los 60 y la muerte tomando un vermú con el típico moderno». Y así es. A mi derecha una pareja de 25 años, franceses, y a mi izquierda otra de unos 45, ambas tomando algo y debatiendo sobre la vida. Si alzan la vista ven los subtítulos de la película. Mientras, a lo lejos, una señora de 60 años enfundada en su fular los lee sonriendo.
Tiene tanta historia, o más, que la gente que la visita. Desde 1913 hasta 1933 fue el espacio de la redacción de El Imparcial. Allí se elaboraban los famosos suplementos culturales en los que colaboraban grandes nombres de la generación del 98 (Unamuno, Azorín o Pío Baroja). La redacción cerró para dar paso al cine duque de Alba pero no sería hasta el 1980 cuando la sala se convertiría en X. Allí, tal y como cuenta el documental Paradiso, Rafael y Luisa, gerente y taquillera, trabajaron codo con codo durante treinta años. Era un lugar donde los carteles de las películas se pintaban a mano y con rotuladores. «No era solo un cine porno, actuaba también como centro social donde se hablaba de cine y también de la vida».
Cerró en 2015, cerraba también la última sala porno de Madrid. La penúltima, situada en la Corredera Baja de San Pablo, se convertiría poco después en un supermercado. Huyendo de ese final, sus socios lucharon para que los compradores interesados en transformar la Equis en un espacio comercial no lo consiguieran, apostaron por la cultura.
Ahora, 2018, la sala cuenta con dos espacios. En la sala grande se proyecta cine mudo y arte, convergen los espectadores que van a verlo o simplemente a distraerse del mundo tomando una cerveza. En la planta superior se proyecta la programación diaria y los ciclos que se construyen de manera mensual, este febrero con Una mirada sobre el mundo de Chus Gutiérrez, homenaje al cine documental dirigido por mujeres.
Quizá algunos lo echan de menos. Hay señoras que van a ver cómo ha cambiado, otros que aseguran no haber estado y se saben mover «curiosamente» por el espacio. Antiguos clientes del cine porno también. Algún despistado cree que todavía se proyectan esas escenas en las que en los ochenta se animaba a un público que buscaba compañía entre las butacas «y nos preguntan, así como hablando bajito, ¿dónde echan la película?». Que alguien les diga que en sus paredes ya no encontrarán carteles de Don Zipote de la Mancha o Gatitas depravadas pintados por el rotulador de Rafael.