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Rogue One: Polvo y muerte de Estrellas

Rogue One: Una Historia de Star Wars hace crecer la amenaza, más metálica que fantasmagórica.  Rogue One: Una Historia de Star Wars hace crecer la amenaza, más metálica que...

La odisea galáctica de los personajes de Star Wars, comienza en 1977 con una impactante aventura clásica, plagada de ciencia y conexiones con las películas clásicas de héroes y villanos, tanto del Oeste como de piratas o guerreros samuráis. Con referencias a la mitología o las terribles batallas mundiales, entre imperios o Alianzas Rebeldes, que desembocaron en cruentas masacres y la extensión del Mal. Por tanto, los Jedi son una generación que se bifurca, con el advenimiento de un Emperador sin escrúpulos y sus acólitos, comandados por una doble magnitud oscura, distinguida entre el gobernador Tarkin, en bicefalia entre Guy Henry más el amado Peter Cushing, y el gutural Darth Vader. 

Sin embargo, la saga estelar se construye con todo un ejército de amenazas, que giran alrededor de una arma contundente y definitiva como principal entidad estelar (nunca mejor dicho), La Estrella de la Muerte. También, se desarrolla en la actualidad, una vuelta a los orígenes antes de la entrega de planos de su construcción y la posible causa de una operativa defectuosa, instigada por el científico de la familia Erso, interpretado por el increíble danés, Mads Mikkelsen y padre de la joven heroína Jyn, desafiando al poder imperial y protegiendo a la ágil Stardush y bella actriz, Felicity Jones. Junto a la historia de un grupo de arriesgados de la Resistencia (una especie de Compañía del Anillo), encabezada por un joven capitán de la inteligencia rebelde, el mexicano Diego Luna, que unidos retarían al nuevo imperio galáctico, para capturar los planos y destruir su plateada y mortífera base. 

Aquellos identifican una conocida muesca o falla en el interior del potente cañón, alimentado con los cristales de ´Jedha` extraídos de sus propias minas, que actúan como sintetizadores de la energía en las poderosas espadas láser de los Jedi. Crees, ¿qué alguien diseñaría tal arma de destrucción masiva en la realidad? Un disparo concentrado, capaz de eliminar de la faz de la Galaxia lejana, cualquier ciudad o nación del universo ideado por George Lucas y su equipo de LucasFilms, incluso un planeta completo… Evidentemente sí, sobre todo, si existen personalidades como el Emperador Palpatine, Grand Moff Tarkin o el gran protagonista en persona, aquel mismo de ayer en afonía, James Earl Jones o singular Darth Vader y su descendencia rebelde.

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Pero, antes de la década de los ochenta, los seguidores de aquellos malvados y héroes, tan reconocidos por todos hoy, se vieron sorprendidos por sus evoluciones en formación de vuelo y despliegues acrobáticos de sus naves, las maquetas o la agradable comicidad que derrochaban ante la gran pantalla, sus personajes principales. Una nueva esperanza, representada en la imagen de un pequeño y multisinfónico robot llamado R2-D2 y la simpática princesa Leia, capturada e interrogada por el Lado Oscuro.  Aquí entra un sincero homenaje a la actriz y escritora, tristemente desaparecida,  Carrie Fisher y el recuerdo maternal de una grande como Debbie Reynolds. Todos lloramos ambas pérdidas (bajo las estrellas o la lluvia), en un momento crucial de su vida y de la propia saga Star Wars.

Bueno, el caso es que interceptaron aquella comunicación, gracias a la alianza de muchos del pasado, de un escuadrón suicida denominado Rogue One (Pícaros o granujas inconformistas) y los efectos digitales de rejuvenecimiento, que nos llega ahora de la mano del director británico Gareth Edwards (Monsters, Godzilla) y la limpieza de los guionistas Chris Weitz (Antz) o Tony Gilroy (Pactar con el Diablo, El Caso Bourne). Aunque, con ciertos pespuntes o papeles poco desarrollados dramáticamente, por ejemplo, hecho en falta más identidad en el filme y sufrimiento por parte del personaje de Mr. Mikkelsen, u otros, como el androide reprogramado K-2SO, vocalizado por el actor Alan Tudyk. El piloto desertor o un asesino rebelde bastante desdibujado,  compañero de un místico y marcial protector, interpretado por Donnie Yen. Así como, la poca relevancia de un veterano desvencijado de aquellas Guerras Clon conocido como Saw Guerrera, alentado por Forest Whitaker.

El resto de la aventura y las espectaculares imágenes, tienen todos los ingredientes para satisfacer a las masas, ahora producidas por Walt Disney en los estudios ingleses de Pinewood o parajes naturales de Maldivas e Islandia, ofreciendo las mejores perspectivas de la destrucción a escala planetaria, debido a aquel turbio secreto, mantenido en el aire. El impacto de la misión, llegó a establecer las mejores coordenadas, en un Imperio que contraatacaba y dirigía una mayor potencia hacia nuevas y míticas escenas, sobre nuevos objetivos, con guion redondo de Lawrence Kasdan y dirección recordada de Irvin Kershner. Donde aquel padre desorientado, indeciso, vuelve como hijo de otra estrella de la Muerte.
Las diferentes texturas de las épocas, cambiarían la visión humana y republicana, más allá de su propia existencia en la Tierra. Uniendo sus fuerzas para desactivar campos magnéticos de protección, desintegrando antenas de comunicación y retando a otras criaturas, en una serie más «infantiloide» que algunos chistes de C3PO o la relación romántica o tira y afloja… eran otros tiempos, agradables eso sí. Hasta transformar la saga en una Fuerza imparable, que elevaría a sus protagonistas a otra dimensión cinematográfica, que toma diversos vericuetos estelares, atrás y adelante, un, dos, tres… ¡fuego! Seremos inmortales, combatiendo una y otra vez, hasta que nuestras fuerzas nos separen.

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Son nueve episodios (dos por llegar próximamente), desarticulados en el tiempo, no de hecho, con pequeñas turbulencias en esta aventura extendida, vueltos a organizar en el Espacio, como explicación del pretérito Jedi y el entendimiento de las últimas generaciones de exploradores. Mezclas de textos, píxeles y detalladas maquetas, movimientos en slow-motion sobre el tablero, luces y colores estallando alrededor, razas, robots y mundos extraños, desafiando el cine en una guerra, entre energética y espiritual, con ingeniería o hechicería, ciencia… y muy negra involución bélica.

Rogue One: Una Historia de Star Wars, es una nueva guerra en 2016, cuyo género ha recordado aquellas otras manifestaciones y personajes del conflicto tecnológico de los siguientes ochenta, dentro de una estructura fatídica, y ciertamente, apocalíptica como nunca. Debido a la potencia de los generadores informáticos, cuando Gareth Edwards hace crecer la amenaza, más metálica que fantasmagórica. Una realidad fílmica en arriesgada misión de infiltración, que recuerda antiguas batallas épicas, cambiazos de identidad en las filas del Imperio, para redefinir los puntos débiles de este cañonazo en las taquillas. Más de 1000 millones en nuestro mundo, o yo que sé…

A partir de ahí, los escenarios de Star Wars palpitan y oscurecen al lado de los nuevos héroes, que deberán enfrentarse a aquellos viejos enemigos del Lado Oscuro, con nuevas obturaciones luminosas, blancos y negros, u ocres. Por un espacio profundo, a bordo de Profundidad sin garras, trasladándose a velocidades inimaginables por entonces, a arcaicos mundos o antiguos cementerios, a flotar por la materia, claro, oscura, y planear entre haces de energía, roja, amarilla, verde, azul, etc… A la construcción de cárceles con atmósferas respirables y tormentas casi nucleares, o la destrucción futura de armamento pesado capaz de aniquilar toda vida en superficie, a indagar en el pasado de una revolución y los nombres que la interpretaron. O silenciar a voces que intentarían sofocarla… En definitiva, a recordar los viejos tiempos, yendo al cine en familia, para recordar a la primera trilogía de Star Wars y predecir otros nuevos planetas, en un cuidado entramado de espionaje industrial y cacerías galácticas. 

Su estrategia es meridiana, o midicloriana más concretamente, la de los valientes. Elimianar destructores infranqueables, escudos protectores y potencia máxima al acecho, evaporar en el espacio su poder lunático. Y su director, luchar contra filias o fobias, medir los detalles del ayer cinematográfico y narrativo, para alentar a las generaciones actuales y salir indemne de esta especie de colisión visual y mítica.

Y, de la compañía del ratón animado, acusada de cierta blandura y comercialidad, para generar un parque de ilusiones fantásticas y regusto a la Fuerza de una estirpe en receso numérico, hasta nuevos advenimientos. Una ampliación de sus trilogías centrales para continuar el sendero luminoso del éxito y sorprender con diversas posiciones estelares o movimientos alternativos en el universo Star Wars. Sumar personajes a nuestro espacio-tiempo, generacional y cinéfilo, desbordar aquellas reglas filmadas años atrás, generar entidades robóticas y criaturas, bailarinas o músicos, luchadores ciegos al estilo kung-fu, al biónico pulmón de Whitaker, voces y físicos hologramas, aniquilación semejante a una fuerza meteórica, algo de romanticismo, épica… y el comienzo de Todo. De la diversión Star Wars.

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