Me enfado mucho cuando leo informaciones sobre terrorismo y, además de todo el circo que se monta alrededor, como fotos con víctimas ensangrentadas y testimonios tenebrosos, descubro que todavía se habla del terrorismo yihadista como un fenómeno extranjero. Como casos aislados. Como si se planearan desde fuera los atentados y aparecieran aquí de milagro. Y no, no es así.
Bélgica ha sido la última nación europea en verse aterrorizada por el horror yihadista. A las 13:30 del martes, se han confirmado 26 víctimas mortales. Los heridos leves y graves se miden por decenas y los hospitales han hecho un llamamiento a los ciudadanos para que donen sangre. Hace poco, en noviembre, el terror azotaba París. Atentados en cadena, explosivos, kalashnikovs, gente inocente en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Las redes sociales han sido de gran ayuda para los medios a la hora de cubrir estos últimos atentados. Los más madrugadores leíamos vía Twitter sobre las 8 de la mañana que había habido dos detonaciones en el Aeropuerto de Zaventem. A las 9 otra en la estación de Metro de Maalbek, cerca del epicentro de la diplomacia europea: Consejo de Europa, Consejo Europeo y Parlamento. Desgraciadamente, los burros también fueron bendecidos con el don de la palabra. Inmediatamente profesionales de la información y muchos espontáneos cuestionaban la labor de los servicios de seguridad belgas.
“¿Cómo han conseguido entrar?” o “¿Cómo ha podido pasar esto en un aeropuerto o cerca del Parlamento Europeo?”. Hace apenas tres días todo el mundo 2.0 aplaudía a las autoridades belgas por haber capturado al temible Salah Abdeslam, presunto cabecilla de los Atentados de París. Hoy se les pone verdes. Cuando la desinformación abunda, la ignorancia aflora.
¿Saben ustedes que hay un barrio de mayoría musulmana en pleno centro de Bruselas? Hace poco leí uno de esos reportajes que te enseñan mucho y me encontré con la historia de un joven musulmán nacido en Bruselas de 18 años que sufría una crisis personal: no sabía qué estudiar. De tanto pensarlo, se pasó de plazo para matricularse y perdió el año. Su familia le dijo que no podía estar sin hacer nada, así que tendría que empezar a trabajar. Con sus cuatro idiomas y su temperamento tranquilo, el chaval se encontró con un Bruselas que le respondía continuamente “Ya te llamaremos”. El chico, desesperado, empezó a pensar que quizá todas esas negativas estarían motivadas por su apellido musulmán y su residencia, en el barrio de Molenbeek. Tras una fase de radicalización, perpetrada por otros jóvenes que organizan reuniones en el barrio “para ayudar a los hermanos de Siria”, el niño de 18 años y cuatro idiomas, se fugó a Siria y se unió al autodenominado Estado Islámico.
El caso de este niño no es un caso aislado. Hoy altos cargos del Ejército confirmaban que Bélgica es el país del que más jóvenes han huido para combatir en Siria. Después vuelven y los llamados ‘Lobos Solitarios’, atentan. Han nacido y se han criado en Europa, en un clima de aislamiento y rechazo. Cuando estamos enfadados todos somos más vulnerables a creer tonterías que expliquen la causa de nuestra frustración. “Los malos son los otros”. Siempre igual. En España se ha confirmado que cerca de 150 personas se han marchado para unirse a las filas del autodenominado Estado Islámico. Unos cincuenta han regresado. Todos dicen que les prometieron dinero, trabajo y Paraíso. También dicen que allí se sentían como en casa. El chaval belga dijo que en Bélgica le trataban como a un marroquí y que en Marruecos como a un guiri.
Salah Abdeslam y los otros implicados en los Atentados de París también eran originarios de Molenbeek. No digo que todos los atentados se hubieran podido frenar… pero estamos a tiempo de promover la integración para que las generaciones futuras no crezcan con un odio a lo occidental que los lleve a acabar con nuestro mode de vie.