Manuela Carmena afirmaba hace unos días desde Las Palmas de Gran Canaria que los candidatos elegidos en las elecciones generales tienen unas «cartas» que les dieron los ciudadanos en las urnas y que tienen que saber «jugar» con ellas evitando que tengan que volverse a “barajar». Coincido con la alcaldesa de Madrid, unas nuevas elecciones son lo peor que le puede pasar a España. Casi más perjudicial que un Gobierno en el que Podemos pudiera concentrar tan siquiera un mínimo de poder.
Carmena quiere que Podemos, con su abstención, ‘bendiga’ sin entrar en el Palacio de la Moncloa el pacto que une en la distancia y en la infidelidad a Pedro Sánchez y Albert Rivera. Lo quiere aunque Pablo Iglesias le llamase al orden y obligase a reinterpretar sus propias palabras. No es la mejor solución.
Mientras el ‘líder’ socialista mendiga una interlocución a Alexis Tsipras, el icono de la formación naranja se empeña sin éxito en justificar que “esto no es lo que parece” teniendo el papel de consentidor y no de víctima del infiel Sánchez.
La solución a la crisis de desgobierno que vive España pasa por la unión de PP y PSOE, con un presidente independiente que tenga el visto bueno de populares y socialistas, que encabecen las carteras ministeriales en proporción al resultado que arrojó el 20 de diciembre.
¿Y Podemos y Ciudadanos qué? Con ambos se podrán y se deberán alcanzar grandes acuerdos. Más factibles con los naranjas que con los morados. Les vendrá bien ser los grandes controladores del gran gobierno de coalición. Me niego a que el modelo de España sea el griego o el portugués. Prefiero el alemán o nórdico.
Yo, como Carmena, no quiero volver a votar el 26 de junio. No por lo que nos cuesta (casi 200 millones de euros), sino por no desperdiciar una oportunidad histórica de volver a dar ejemplo como país.