Uber ha llegado a Madrid con todos los cabos atados para callar al sector taxi -ese grupo chillón que no quiere alternativa al monopolio-. La start-up, que triunfa en Londres, París o Nueva York, llegó a la capital en 2014 en su formato UberPOP, y como el concepto de economía colaborativa no estaba bien encuadrada en nuestro sistema jurídico, un juzgado de lo Mercantil cesó la actividad de Uber en España.
Previamente, los taxistas habían organizado una huelga de esas en las que lanzan piedras contra los “esquiroles” que salen a la calle y en las que encienden bengalas, aunque eso sí “manifestación pacífica”. El pasado 2015 la jurisdicción española dio un giro y otro juzgado de lo Mercantil rechazó la medida cautelar que solicitaba la Federación Profesional del Taxi de Madrid contra Cabify. Y entonces, hubo otra huelga. Ese día, recuerdo que paré de milagro a un pela y me dio sus razones para odiar a Uber y me di cuenta de que si bien él tenía un meollo con el lío de la Seguridad Social y los impuestos, yo también estaba equivocada.
Uber aterrizó en la capital del Imperio en su formato UberPOP, ¿eso qué significa? Pues que eran conductores particulares que se daban de alta, con su vehículo propio y se comprometían a no sacar beneficio. Que simplemente iban a compartir gastos. Como todos sabemos, esto es España, y como ocurre en buena medida con Blablacar, el conductor no sólo va a que le salga gratis la gasolina, sino también el seguro, el picoteo del camino y hasta si se lo propone un coche nuevo.
¿Qué diferencias hay ahora? Bien. El equipo de Uber, una empresa de gente formadísima y jovencísima -que es la que está abanderando, dicho sea, la revolución digital- decidió crear una solución para que el sector de taxi de todo el mundo no tuviera otra que aguantarse. Crearon Uber X, que consistía en dar el mismo servicio, es decir, conectar a conductores privados con usuarios para acordar un trayecto y un punto a un precio infinitamente inferior que al del taxi -para que se hagan una idea, en Londres una carrera de 20 minutos cuesta 10 libras con Uber y 35 con Taxi-. La novedad que cabreó tanto a estos señores chillones y anticuados, fue que a partir de ahora los conductores tendrían que hacerse con una licencia de chófer privado.
En España, esta solución la ha propuesto la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), que probablemente estaría harta ya de quejas de pesadas como yo diciendo que esto era un país de intervencionistas. La CNMC emitió un informe a finales de enero diciendo que obstaculizar la llegada de estos proyectos innovadores atentaba completamente contra la libertad de mercado. Gracias Dios. Y entonces, el pasado lunes 28 llegó el tuit que tantos esperábamos: “Madrid! #UberIsComing”
Uber X cuesta 110 € por kilómetro. Uber se queda con un 25% del importe del trayecto y el resto es para el conductor. Para tributar tienen que estar dados de alta en régimen de autónomos o constituidos como empresa.
Una sociedad cada vez más conectada, que en innumerables ocasiones se ve plantada en mitad de la noche madrileña sin un taxi que coger por no pegarse con el de al lado, necesitaba Uber. “En España llega todo diez o quince años después” me dijo un amigo americano hace poco. Yo le dije que tenía razón, pero pensé: quizá esta vez, con estas ganas de estar en el bando correcto que últimamente transpiran nuestras administraciones, sea diferente.