«Ladies and gentlemen, we have detected gravitational waves. We did it», así confirmaba David Reitze, director ejecutivo de LIGO, ante la atenta mirada de toda la comunidad científica mundial, que Albert Einstein 100 años antes (1916) tenía razón con su Teoría de la Relatividad. Ondas gravitacionales (gravitational waves) que son el resultado de grandes cataclismos producidos a una enorme distancia de la Tierra: como puede ser la colisión de dos agujeros negros.
¿Cómo se ha logrado? Este descubrimiento no es cosa de dos días; es el resultado de un ingente proyecto que ha dado lugar al dispositivo de detección más ambicioso jamás construido. 1.000 científicos, 16 países y 25 años han hecho falta para desarrollar este Laser Interferometer Gravitational Wave Observatory (LIGO). Todo ello para conseguir ‘escuchar’ las ondas gravitacionales que predijo Einstein con su teoría. Según Gabriela González, portavoz del grupo de colaboración científica creado alrededor del LIGO, detectar estas ondas gravitacionales ha sido “como Galileo usando el telescopio por primera vez”. La apuesta de este exitoso proyecto tuvo su origen hace ahora cuatro décadas.
El National Science Fundation (NSF) comenzó a apoyar los primeros estudios del LIGO en 1975. El proyecto llegó formalmente al National Science Board (NSB) en 1984; eso sí, acompañado de múltiples advertencias que indicaban el gran riesgo y la cantidad de incertidumbres que suscitaba. Pero, pese a ello, convinieron en que merecía la pena intentarlo debido al calado y la relevancia que podría suponer el éxito del proyecto; algo que afectaría de manera crucial al devenir de la física y al entendimiento que nuestra especie tiene del universo. De esta manera, LIGO se ponía en marcha.
Por supuesto, LIGO no había hecho más que empezar a ‘gatear’. A cada paso que avanzaba en este largo camino, la dirección del NSF iba reafirmando que seguía siendo rentable tamaña inversión: bien valía la pena el potencial impacto en áreas de la física y de la astrofísica que podía conllevar este proyecto.
Esta herramienta de detección de ondas gravitacionales se ha ido modificando a lo largo de los años, nada tiene que ver con el primer esbozo que se hizo de ella a principios de los ochenta. Se ha ido optimizando hasta lograr que, hoy en día, sea capaz de detectar cambios (distorsiones del espacio-tiempo) más pequeños que una milésima parte de un protón.
Pero, ¿cómo lo consigue? Este instrumento consta de dos interferómetros, de 4 kilómetros de longitud cada uno, dispuestos en forma de L; algo así como dos antenas gigantes. En el interior de estos gigantescos brazos -que son los interferómetros- se propagan haces de luz láser que, al reflectarse, detectan sus propias interferencias; de esta manera pueden medir los cambios en las longitudes relativas. El reciente descubrimiento de LIGO supone la primera vez que se detectan estas ondas gravitacionales, todo gracias a medir las pequeñas distorsiones que estas ondas, a su paso por la Tierra, causan en el espacio y el tiempo.
Con estos datos se abre una nueva ventana en la astrofísica, una nueva manera de mirar (escuchar) al universo. Éste es sólo el comienzo de algo grande. Con ello seremos capaces de entender mejor al universo y, en un futuro, usar esta información en beneficio de la humanidad.