Sean blancos o negros, si los gatos que han entrado en el Congreso cazan ratones, serán buenos. Si nos sirven para salir del político agujero de gusano que ha llevado España a los remotos tiempos del tardofranquismo y resuelven los gravísimos problemas económicos, culturales y sociales del país, contarán con el beneplácito de la mayoría. Desaparecerá cualquier reparo contra la escena del bebé montada por Bescansa, provisionalmente tan célebre como la del carrito precipitándose por la escalera de Odessa en el Acorazado Potemkin. Cuando la cosa funcione, nadie se molestará por un quítame allá esas rastas ni discutirá los horteras juramentos de cargo que nos han dispensado los nuevos diputados, demasiado pendientes de llamar la atención.
Debemos reconocer, sin embargo, que, simples como somos, a los que coincidimos en las salas de espera de los ambulatorios, subimos juntos al autobús y pedimos la vez en la pescadería, nos ha desbordado la avalancha de novísimos simbolismos acumulada estos días.
Abruma, por ejemplo, el gesto de Carolina Bescansa, con su polivalente significado, útil hasta para recusar el apuntalado derecho a la lactancia de los parlamentarios en sus escaños de la cámara baja.
Y sobra, desde luego, la música paleta, BSO de Bienvenido Mr. Marshall… pero, verán, nos importa un carajo que lleguen al Congreso en bici o a bordo de un avión ultraligero, nos da lo mismo si llevan gorro de greca con pompón o lucen motivos hípicos en sus corbatas, dormiremos igual si Rajoy se afeita la barba, Pedro Sánchez engorda unos kilos o Pablo Iglesias se corta la coleta…
Lo que está en juego es el futuro del país, nuestro futuro y el de nuestros hijos/as: Trabajo, Educación, Sanidad, Derechos. Detengan el exilio laboral, deroguen las leyes reaccionarias y eviten que seamos de nuevo un inmenso chiringuito para ingleses y alemanes jubilados.
Ahí están las líneas fronterizas que deben cruzar, y no en esos rancios nacionalismos, de dudosa intención.
Reconstruyan el país desde la ilusión y el talento, incentiven la cultura del esfuerzo que la rampante corrupción ha socavado, articulen un modelo de Estado funcional y moderno, definitivamente desburocratizado. Defiendan el público interés común, y negocien.
Pónganse a negociar con buena voluntad, madurez y audacia. Y, a ser posible, con más pan y menos circo, sin folklóricas ocurrencias.
Les hemos puesto ahí para que, con la sobriedad debida, trasladen al hemiciclo la realidad española y corrijan los muchos desmanes y errores del flagrante pasado.
Y, jóvenes o no, sean considerados: no nos ofendan con veleidosos alardes que solo consiguen defraudar la confianza que hemos depositado en ustedes para que gobiernen el rumbo de las Españas hacia el progreso y el cambio.