Sorprende que una acusación pronunciada con tanto decoro y tan medida, sin los despectivos aspavientos que podrían presumirse en el envite, provocara esa airada reacción de Rajoy y, más aún, el posterior revuelo que se ha levantado en el circo mediático, como si nunca antes la supuesta indecencia del líder del PP hubiera aparecido implícita en otros muchos ataques de la multicolor oposición, sobre todo a partir del célebre SMS a Luis Bárcenas.
Apoltronado en los privilegios de su ejecutivo liderazgo, tal vez Rajoy esperaba más comprensión y cariño por parte del contrincante. Y que se compadeciera por sus presidenciales sufrimientos… perdón, esfuerzos: en política proliferan los esfuerzos, de vacío significado, pero que desde la clase dirigente se aplican igual para un despido vía ERE que una subida de impuestos o un recorte de salarios.
Esfuerzo y Preocupación, como Lealtad y Principios, en Política son polivalentes.
Lo cierto es que Rajoy, por un instante, se sintió tan ofendido como los varios millones de electores durante esta dolorosa legislatura, guiada desde la austeridad hasta la precampaña y marcada con hierro candente por la corrupción.
Evitando cualquier otra coartada inverosímil, el Presidente se refugió en su personal altruismo y larga trayectoria para repeler la andanada, sin asumir ninguna responsabilidad política en los sucios casos cuyos sumarios, a fecha de hoy, se siguen apilando en los juzgados.
No respondió Rajoy, como tampoco Pedro Sánchez aguantó ni uno solo de los pocos intercambios de golpes que propuso su rival cuando, rara vez, abrió la guardia.
Ni uno ni otro. Ni seducen ni convencen. Ambos, aunque en distinto grado, carecen de credibilidad y discurso. Con tales contrincantes, y un moderador acartonado, el debate transcurrió entre el sopor político y la vergüenza ajena, ante la poca talla de quienes debían de haber asumido la disputa como su última oportunidad por la defensa del fracasado modelo bipartidista.
La irrupción de los partidos emergentes, novedosos por contraste, exigía cierta dialéctica de ideas contrapuestas, propósitos de regeneración, modelos económicos, algoritmos sociales y, si me apuran, algún que otro mea culpa que, lo fuera o no, sonara auténtico.
Pero nada auténtico y real hubo por parte del todavía Presidente del Gobierno y el PP, nada salvo sus rancias maneras y el tic del ojo con el que parecía procesar robóticamente cualquiera de las insolentes críticas que se atrevió a verter ese descarado socialista, al que a menudo confundió con Zapatero.
Error absurdo, uno más, porque Pedro Sánchez se había disfrazado, si acaso, de vocero de la indignación, rol que no rima ni con su impecable planta de MBA ni con su vana retórica ni con las tropelías que el PSOE a menudo ha cometido en cuanto ha tocado pelo en el poder.
Eso le afea con frecuencia Pablo Iglesias; y sobran pruebas.
Y, en fin, debate indecente que perdieron ambos, a favor de Ciudadanos y/o Podemos y que bien resume ese “hasta aquí hemos llegado” de Rajoy, puede que premonitorio.