A nadie se le escapa que uno de los grandes elementos divisores a lo largo de la historia de nuestra querida España, han sido los relativos al culto de las personas. Algunos padres incluso aconsejaban no hablar nunca en público de dinero, política ni religión. No vayamos a ofender a nadie.
A uno le da la sensación de que a lo largo de todo este tiempo, quizá por la ausencia de regulación política al respecto, las personas nos hemos ido ordenando de forma natural en torno a nuestras creencias, pasando desapercibida la condición de cada cual y de cada cuala (como se diría en un mitin del PSOE).
Pero atrás queda todo esto… Desde que el barco que traía el cargamento de nuevos políticos amarró en puertos tan importantes como Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, Cadiz o La Coruña, todo ha cambiado. Ahora ya no preocupa si las calles están más o menos sucias. Nada preocupa ya buscar solución a los problemas de tráfico que azotan a las grandes urbes con insufribles atascos, y mucho menos preocupa cumplir con todo lo prometido en temas tan sensibles como los desahucios… Lo importante ahora es otra cosa.
Importante es -o al menos así lo piensa el “ciclista por un día” Ribó-, que nadie que profese el Islam, Budismo, Judaísmo, Hinduismo, Taoísmo o cualquier otra religión minoritaria que haya llegado a Valencia, pueda sentirse ofendido al enterrar a un ser querido en el cementerio municipal y toparse con una “maldita” cruz (como si un budista fuera a enterrar a un ser querido en el cementerio municipal). Mucho mejor instalar unos enormes telones, tapar hasta la última vidriera y demostrar así que lo de España no es un problema de culto, sino de inCULTOs!
La misma importancia debe darle a estos temas la alcaldesa Carmena que dejó plantada a su patrona la Virgen de la Paloma, que por su culpa la Diosa Cibeles no podrá mirar de reojo el Belén Municipal, que se ha empeñado en eliminar cualquier resquicio religioso de las fiestas de los distritos, y que ya se ha encargado de anunciar importantes cambios en la Cabalgata más vista del planeta. Pobres niños…
Al menos, nos queda el consuelo de saber que las legislaturas solo duran cuatro años… Gracias a Dios, con perdón.