Los abucheos contra Piqué delatan, en primera instancia, un anticatalanismo embrutecido y cerril que probablemente estallará en las entrañas de la masa amorfa, donde mezquinamente se ocultan los peores instintos del género humano.
Por otra parte, trasladar al mercantilizado espectáculo del fúrgol (que diría Villar) las convicciones políticas propias parece tan prosaico como zamparse un bocata de chistorra en el ballet. Claro que muy pocos de los que pitan tendrán constancia de un Lago de los Cisnes fuera del estanque del Retiro.
Sobra tanta incultura en el burdo pedorismo deportivo, prensa rosa muy próxima a la pornografía intelectual, que la morbosa cuestión se habrá removido hasta en la última de esas vociferantes tertulias futboleras plagadas de bufones de la corte, sicarios sin armas dialécticas y bobos de culebrón folletinesco que retozan sobre cualquier charco con tanta solemnidad ridícula como absoluto desconocimiento.
Porque, como bien ha señalado recientemente el ínclito maestro José María García, los medios atizaron sólo por captar audiencia esta polémica.
Siendo tan deficitaria la formación educativa del futbolista medio, tan tosco su discurso y fatuo su mundo, tal vez sorprende que uno de los suyos pueda defender una opinión personal sin recurrir a los malditos clichés del esfuerzo conjunto, la unión del equipo, el respeto al rival o la suerte adversa.
Y si toca, además, el controvertido proceso del independentismo catalán, tan manipulado desde cualquiera de las huestes beligerantes, la cosa se complica extraordinariamente. Más aún cuando se posiciona a favor de la consulta secesionista tras cometer la osadía de agradecer el triplete blaugrana al DJ que pinchó para CR7 en su intempestiva fiesta de cumpleaños.
En la Selección española, el excelente central ha sumado siempre, desde los 16 años, incondicional entrega a unas competencias que lo han situado en la élite mundial entre los defensas. Sus compañeros nunca, hasta ahora, han reprochado un ápice su comportamiento, sino al contrario. Y el propio seleccionador, Vicente Del Bosque, también ha reconocido estar harto de tanta majadería colectiva; sea en León, Oviedo, Logroño o cualquier otro terreno local.
No vamos a conceder un Premio Naranja a Piqué por su acierto en la gestión de sus Relaciones Públicas y tampoco negaremos la inelegancia y torpeza de algunas de sus penúltimas declaraciones, pero de ahí a convertir en enemigo público al central del Barcelona, va un abismo.
Molesta más la pública y pertinaz censura contra uno de los nuestros que cualquier declaración del futbolista, coincidamos o no con su argumento.
Además, desluce el espectáculo y perjudica el juego. De manera que cuando pitan a Gerard Piqué chafan el lúdico afán, de pura evasión y civilizado desahogo, de la mayoría.
Enarbolando las banderas de la intolerancia solo se conseguirán negativos resultados. Y, en esa contienda, Piqué somos todos.