La barra de labios es la estrella del estuche de maquillaje de cualquier mujer. Se dice que la venta de éstos aumenta en tiempos de crisis. Nude, rouge, naranja, mate, con brillo… ¡y ahora también el que cambia de color según la temperatura! Pero, espera, ¿cómo empezó todo esto?
Los historiadores afirman que las mujeres empezaron a colorearse los labios en Egipto y en la Grecia Clásica en el 2000 a.C con ceras y pigmentos naturales. No evolucionó mucho hasta el año 1915, fecha en la que el francés Maurice Levy decidió crear un cilindro de carmín enfrascado en un metal para evitar manchas en carteras y bolsos. A pesar de que el inventor pretendía que su uso se masificara, no fue fácil, ya que durante siglos el uso del carmín era exclusivo para prostitutas y actrices.
En el año 1922, cuando el uso del carmín ya tenía una importante aceptación por parte de las mujeres británicas y francesas, la marca de cosméticos PUIG comercializó la barra de labios en España. En la década de los 30 Max Factor inventó el lip gloss y en los 50 el qúimico americano Hazel Bishop inventó el pintalabios de larga duración. Su uso ya era masivo. Gracias a las películas de la época dorada de Hollywood, se generalizó su uso y era extraño no encontrar al menos un ‘rouge’ en el tocador de una mujer.
Leona Lauder, cofundadora de la multinacional Estée Lauder, acuñó el concepto ‘lipstick index’ para expresar que en tiempos de crisis la venta de barras de labios aumenta estrepitosamente, como ocurrió en la Gran Depresión, cuya venta aumentó aproximadamente un 25%. Hoy en día, según el grupo de cosméticos MAC, se venden 900 millones de pintalabios al año. Y tan sólo en la Península, según L’oreal, un tercio de las mujeres utilizan carmín a diario.