Atónitos ante la polvareda levantada desde el minuto uno de la neonata legislatura municipal, posiblemente conviene, por el bien común, relativizar la rabiosa actualidad desde posiciones equidistantes y ecuánimes, que permitan aliviar la desmedida tensión que atiza estos días la vida política del foro… Porque el efecto bumerán del Zapatazo nos está mostrando una improcedente reacción extremista y radical… de la derecha.
Para ser precisos, de ese sector de la derecha que no ha terminado de asimilar una derrota selectiva, más allá de la aritmética electoral partido-a-partido. En las urnas, pagó el PP (y ya lo ha reconocido hasta Esperanza Aguirre) los casos de corrupción, pero no sólo. Hubo errores en la campaña que, lejos de corregirse, se repiten ahora.
Verán. Cualquier juicio razonable pide hoy que Guillermo Zapata culmine su dimisión a medias entregando el acta de concejal y regresando a su actividad previa, cualquiera que fuese. Vale. Y tampoco se entiende que Pablo Soto siga vinculado al Ayuntamiento después de haber vertido sus tuits salvajes contra, por ejemplo, Alberto Ruiz Gallardón. Hasta ahí, estamos de acuerdo con cualquier petición que apunte en este sentido.
Otra cosa es el ansia por aprovechar estos sucesos episódicos, para comenzar la demolición de un proyecto al que posiblemente habrá mucho que criticar. Pero ni así ni ahora.
Ciertamente, a la flamante alcaldesa le ha faltado pulso para, aplicando los códigos políticos, zanjar con más firmeza el affaire Zapata, por mucho que Guillermo El Breve haya declarado casi hasta en chino (con su casaca Mao) que no es antisemita y está arrepentido de haber desparramado sus poco humorísticos excesos, definitivamente demostrativos de una insensibilidad flagrante. Una carencia que, por cierto, tampoco se merecen los vecinos de Fuencarral-El Pardo.
Sin embargo, abierta la Caja de Pandora, están sobrevolando Madrid los oscuros fantasmas de la hipocresía, la doble moral y las diversas varas de medir con que se juzgan los deslices, en función de si son propios o ajenos.
Porque precedentes de brutales errores, desafortunadas declaraciones y juicios gratuitos los hay, y muchos, en el pasado de todas nuestras formaciones políticas, sin excepción.
Lo único nuevo, ahora, es el proyecto.
Un proyecto por el cambio, avalado en las urnas y que merece, al menos, los 100 días de tregua que por norma se conceden.