No puedo más. En mi cabeza resuena Pepito Grillo diciendo «no opines, no te metas… déjalo estar». Pero no puedo más. Debe ser uno de estos días en los que no aguanto a nadie, ni a mi mismo. Estoy hasta las mismísimas narices -por no nombrar otra parte más dolorosa- de abrir Facebook, Twitter o cualquier otra red social y empezar a leer a todólogos… Sí, a aquellos que de todo saben. Bueno, mejor dicho, aquellos que de todo opinan. Porque opinar y saber… A veces están más lejos de lo que deberían.
Las plataformas online se ha convertido en un vehículo de expresión que permite que todo el mundo de su punto de vista sobre lo que le venga en gana. Si lo pensamos bien…es algo extraordinario. Poder opinar es un signo inequívoco de libertad, pero creo que también debería ser un ejercicio de responsabilidad. A veces no reparamos en que, quizás de forma gratuita e innecesaria, emitimos juicios de valor sobre cosas que, en el fondo, ni nos van ni nos vienen. No nos damos cuenta de que, aunque solo sea por estadística, es probable que nuestros comentarios ofendan a alguno de nuestros quinientos amigos en Facebook.
Somos muy irresponsables.
Incluso yo, ahora mismo, estoy siendo muy irresponsable escribiendo esto, intentando crear una verdad absoluta a cambio de un puñado de «likes» que alimenten mi ego. Sí, es cierto, escribo en caliente. Sí, yo también me he dejado llevar por aquello de «¿qué pasa, que Fulanito dice lo que quiere y yo no puedo?». No soy capaz de ver que tras mi calentón pasajero, ese que en unos minutos se me habría pasado, puedo estar creándome enemigos a los que nunca habría caído mal de no ser por los comentarios que vierto en la plataforma de Internet que compartimos.
Intentaré justificar mi cabreo antes de hacer caso a mi madre y dejarlo enfriar una vez más.
En las últimas horas veo Facebook inundado de comentarios acerca del humor negro utilizado por cierto concejal de cierta formación política:
Unos (averiguad quiénes) critican duramente a este edil: el peor de los crímenes es hacer chistes macabros. Siento ser políticamente incorrecto pero… alguna vez, aún intentando evitarlo, se me ha escapado una incómoda sonrisa al escuchar uno de estos chistes de dudoso gusto. No lo justifico. Si te paras a pensar diez segundos es una forma de humor repugnante. Sin embargo, no voy a ser hipócrita.
Otros (tampoco os costará averiguar quiénes), defensores a ultranza del concejal apaleado empiezan a generar cortinas de humo publicando decálogos en los que se enumeran otras diez salidas de tono que no estuvieron acompañadas de dimisión. Los protagonistas de todas y cada una de estas diez meteduras de pata, como no podía ser de otra manera, son políticos de la caverna de enfrente. No son tan buenos como nuestro defendido, un edil al que casi damos honores militares por dimitir, por hacer lo que debería ser habitual tras cometer públicamente una niñatez mayúscula.
Señores, zurdos y diestros. Este señor ha errado y dimitido. Punto. Debería ser suficiente para zanjar el tema. Pero no, no interesa, su error y la dimisión es lo de menos. Lo que importa es que ya tenemos la chispa con la que reavivar, por enésima vez, la única guerra que todos sabemos dónde acaba: en la batalla de los bandos, en la vuelta al 39, al «y vosotros peor»…
Aviso: Veréis batirse a muerte, en los mejores casos solo con palabras, a niños que a duras penas superan la veintena. A gente que ha nacido medio siglo después del 36 pero que distingue entre fachas y rojos, que se atreve a odiar a unos y a idolatrar a otros. Aunque parezca imposible, cualquier polémica -por lejana en el tiempo que sea- les sirve para acabar soltando un «facha de mierda» o hacer alusión a Paracuellos. Me he parado a pensar si exagero. Pero no, no lo hago. Es tan increíble como real. Abrid cualquier red social al azar y comprobad los comentarios que acompañan multitud de publicaciones que empezaron siendo algo inocente.
Y mientras a esta gente, que no ha perdido nada en la vida, se le infla la vena del cuello mientras se enfanga en una guerra que ya no debería ser la la suya… Irene Villa, que se dejó las dos piernas y tres dedos de la mano en un atentado en Aluche, quita hierro a los chistes macabros que ha protagonizado en demasiadas ocasiones.
Qué fácil es arreglar el mundo desde el teclado de un Mac. Qué fácil es ir de todólogo como estoy haciendo yo. Es tan fácil que prometo no volver a hacerlo.