La Obstetricia, que se podría definir como al atención integral a la mujer embarazada procede etimológicamente de la expresión latina ‘ob-stare’ cuyo significado es situarse delante por la posición que hay que tener para atender el parto.
También se la ha definido como el arte de la paciencia, porque se consideraba que había que dejar evolucionar la vida espontáneamente y más aun el origen de la vida.
A medida que científicamente vamos conociendo más sobre todos los procesos de formación de una nueva vida, nuestra actitud ha sido mas proactiva y procurando prevenir más que curar los posibles eventos adversos que sabemos que pueden sobrevenir en un embarazo y un parto. Y todo ello siendo conscientes de la importancia del factor emocional que supone para una mujer notar el crecimiento de una nueva vida en su interior.
Como ejemplo de lo anterior, hoy en día todas las mujeres saben que tomarán acido fólico durante el embarazo, sobre todo en el primer trimestre, y ayudará a prevenir defectos, fundamentalmente, del tubo neural (como la espina bífida) en su bebé.
Las circunstancias socioeconómicas actuales propician que, en muchos casos, la maternidad se retrase más allá de los 35 años.
Clásicamente (hace 30 años), cuando una mujer empezaba su primer embarazo con más de 35 años se la catalogaba como “primípara añosa” y además se consideraba un embarazo de riesgo.
Hoy en día seguir con esa consideración nos haría plantearnos un porcentaje importante de los embarazos como de riesgo y la experiencia nos hace ver que no es así.
Las mujeres de más de 35 años hoy llevan un tipo de vida completamente distinto al de una mujer a esta edad hace tres décadas.
No obstante, la biología tiene sus recorridos y a partir de los 35 años la fisiología de las mujeres cambia. Si en una situación normal, estos cambios son inapreciables, el stress que supone un embarazo puede hacer que se pongan de manifiesto. Los obstetras podemos ayudar a diagnosticar si hay algún problema de este tipo e intentar ponerle solución antes de que se manifieste como problema.
Pongamos algunos ejemplos:
Dentro de la batería de estudios que se hacen al principio del embarazo intentamos detectar hipotiroidismo subclínico. Esto significa que aunque no hay una clínica de hipotiroidismo (cansancio, aumento de peso…) hay unos valores analíticos que si son compatibles con esta situación. En el embarazo, los valores de TSH (hormona estimulante del tiroides), que sería el indicador al que nos referimos lo consideramos, dentro de un rasgo más estricto. Por ello con determinados niveles de TSH prescribimos hormona tiroidea a la mujer embarazada mientras que si no estuviese embarazada no lo haríamos. Esto se hace porque se ha comprobado que si los niveles de tiroxina no son los adecuados el desarrollo del embarazo y del feto puede ser peor.
Otro de los controles preventivos que hacemos es la ecografía del primer trimestre. En ella, se intentan buscar los marcadores principales (pliegue nucal en la semana 12) que hagan aconsejable estudiar más a ‘fondo’ el ADN fetal, ya que a partir de los 35 años aumentan estadísticamente los caso de trisomías, sobre todo trisomía 21 (síndrome de Down)
También la ecografía obstétrica nos permite ver la evolución del crecimiento del feto intraútero. Hay una serie de factores, de hábitos de vida (tabaquismo, obesidad) y también de cambios en la fisiología (hipertensión arterial) que pueden disminuir el proceso normal del crecimiento del bebe intraútero.
Las alteraciones de los niveles de glucosa durante el embarazo son pruebas que se hacen de rutina y tratan de establecer los niveles de glucosa en sangre una hora después de una sobrecarga de la misma. Esto nos va a permitir detectar a las pacientes que fuera del embarazo no tienen problemas con la regulación de dichos niveles. Pero el sobreesfuerzo que supone el embarazo hace que los mismos se alteren y la paciente puede desarrollar una situación similar a la diabetes, lo que puede traer problemas para la normal evolución del embarazo.